No hace tanto tiempo que la popular -en el más amplio sentido de la palabra- Esperanza Aguirre nos descubría y recuperaba a todos la expresión mamandurria. Puede ser una palabra que defina perfectamente la situación en la que el sector técnico y profesional de este país se encuentra, a la vista de los acontecimientos que se vuelven a repetir. De hecho, la he elegido para dar título a esta serie de entradas porque parece que no hemos aprendido nada en los últimos veinte o treinta años de mercado liberal y liberalismo y estamos por la labor de repetir los mismos errores una y otra y otra vez disfrazados, eso sí, de la solución a los problemas que no tenemos y que no se resuelven de esa forma.
Y tampoco hace tanto tiempo que ya reflexionaba en alto -bueno, en escrito- por lo que estaba viendo y viviendo en el artículo que vine en titular Y ahora, la eficiencia energética. Y la triste realidad que ha sobrevenido ha demostrado que, desgraciadamente, no estaba tan engañando con este mercadeo de pícaros y listillos que estamos viviendo. Mientras unos cuantos, quisiera pensar que los que más, estamos dispuestos a hacer las cosas bien en el más amplio sentido de esta palabra, aunque repita la expresión, otros tantos, desde su posición dominante del mercado, se encargan de prostituir el sistema para lograr el mayor beneficio propio hoy sin pensar ni preocuparse por lo que sucederá mañana.
En primer lugar, ¿cómo se pueden estar arrastrando de tal forma los precios de los profesionales técnicos de este país? Pues lo explica bien la expresión de Almudena Gancedo, creo que fue a ella a quien se la oí, y ese viejo refrán de que «teníamos a la gallina de los huevos de oro y la hemos matado para caldo«.
Mirad cómo y porqué. En la cuestión de la Eficiencia Energética, en la propia rueda de prensa tras el Consejo de Ministros que aprobaba el R.D. 235/2013, la Ministra de Fomento Ana Pastor se aventuró a valorar los costes de los informes en unos 350 euros, algo que nos llamó la atención a más de uno y relató perfectamente Antonio Diestro: no es tanto por la cantidad dada, sino por el hecho de, desde el Gobierno, se hablara de posibles honorarios, cosa que está prohibida por ley.
El pasado 1 de junio entraba en vigor el procedimiento y durante este período de dos meses escasos desde que hablara la Ministra en abril hemos comprobado como esa cifra ha ido perdiendo progresivamente valor: los 50 primero, pero después los 100, los 200, 300 y finalmente hasta los 350 euros para ser literalmente regaladas las Certificaciones. No me extrañaría que en los próximos días se empiecen a ver anuncios que ofrezcan pagar por hacer el certificado…
De momento, tal y como compartió Lara Rodríguez, del blog Arquitectura y Técnica, en su cuenta de Twitter, grandes superficies del bricolaje ofertan Certificados de Eficiencia Energética por cuatro duros…
El problema subyacente: los honorarios
Este no es un problema puntual. Que los honorarios de los profesionales estén y están por los suelos no es novedad de los últimos meses. Simplemente ahora es público y notorio y ahora estamos viendo el culmen de una tendencia que ha ido destruyendo al sector devaluándolo progresivamente. Porque aquello que no cuesta, por lo que no se paga, en este pueblo hispano no se valora.
En los tiempos de bonanzas, ahora tan añorados por todos, se han cometido cienes y cienes de errores en pequeñas grandes decisiones desastrosas que nos han traído hasta hoy. Sí, que nadie se engañe: la culpa la tenemos todos aunque, como se decía de Hacienda, unos más que otros, ya que no todos hemos tenido la oportunidad de participar directamente en las decisiones de mercado aunque efectivamente formemos parte de él. En esos tiempos se prefería ser un arquitecto indigno, un aparejador mediocre o un ingeniero sin firma porque era mucho más rentable y menos responsable que lo que ahora ellos mismos demandan: arquitectos dignos, aparejadores responsables e ingenieros competentes.
Dicen que «cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo«, y me parece que, a día de hoy, hay muchos rifantes aburridos que anteriormente se dedicaban a contar fajos de billetes cobrados por los múltiples trabajos de sus becarios-no-remunerados que ahí siguen felizmente explotados. Y entonces, como se aburren, algo tendrán que hacer para mejorar esos ingresos. Y una buena opción es la de quejarse por cobrar «muy poco» por los trabajos. Y es entonces cuando pienso que, si alguien así se queja como se queja y dice no ser capaz de mantener su chabolo de 6.000 m2, el Q7 y el S3… ¿Cómo estarán o estaréis los que son autónomos o trabajadores por su cuenta? ¿Y esos becarios que antes citaba? En fin…
Sí, los honorarios se han devaluado, efectivamente, y las razones apuntan al libertinaje obligado en los precios -me niego a hablar de liberalización a la vista del resultado- pero, y no nos engañemos, el producto que se intercambia también se ha devaluado gravemente, especialmente en el caso del proyecto arquitectónico, el antiguamente conocido como básico y de ejecución, que durante años y años y años no fue ni básico ni ejecutable y que no valía como producto ni la mitad de lo que por él se pagaba y, sin embargo, era religiosamente visado por los colegios correspondientes y de cuyas consecuencias hoy vivimos esta «crisis» -sigue sin gustarme el término- originada por la «burbuja inmobiliaria», por no citar de la grave responsabilidad en el deterioro absoluto del patrimonio urbano, urbanístico, rural y natural en favor de las dos perras cobradas por redactar proyectos rápidos y poco profesionales , enfermos de cegueras selectivas, que permitieran ejecutar rápido unas obras pseudo-legales. Sí, lo siento y lo tengo claro: los técnicos somos tan responsables como inmobiliarias y promotores de la situación actual.
Y, por supuesto, de aquellas aguas, estos lodos y aunque hay profesionales que están trabajando y luchando por recuperar antiguas glorias de su profesión, a quienes animo en un camino complejo y lleno de obstáculos que sus propios compañeros, muy cómodos, le pondrán.
Y aquí lo dejo. Por el momento, ya que estas mamandurrias técnicas me llevan por pensamientos públicos al respecto de la eficiencia energética, la LSP o LCSP o LSPCP o como narices acabe llamándose ese maldita ley del despropósito profesional y algunas cosas más que, pronto, espero, compartir´r con vosotros.
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Gracias por el re-bloging… 😉
Vaya radiografía de la situación actual, te dejo una «perla» a ver…Si sale la LSP tal cual la conocemos, cuánta caña para tan poca pesca.
¡Pues claro que me la quedo, Almudena! Pasamos del pollo al pescao y de mamandurria en mamandurria… ¡Gracias por tus palabras!
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